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Historia de la Mermelada.


Las mermeladas son conservas de fruta en azúcar, con origen en la necesidad de conservarlas cuando no existían neveras ni congeladores; como muchas otras recetas se han convertido en un alimento esencial por sí solas, además de un magnífico ingrediente para tartas y otros dulces.

La historia de la conservación de la fruta viene de lejos, por supuesto. Y como no puede ser de otra manera, los romanos y el inevitable cronista latino Apicius ya cita en su obra de re coquinaria el gusto del imperio por la cocción de membrillos en miel. También, se cree que los árabes crearon las jaleas mucho antes que cualquier mermelada occidental tal y como las conocemos ahora.

Etimológicamente, algunos autores atribuyen el origen de la palabra mermelada al vocablo latín melimelum (manzana cocida en miel). Otros autores han asegurado que marmelo (membrillo) es en realidad la raíz y germen portugués de la misma. La primera mención a la mermelada aparece en la obra dramática de Gil Vicente Juego de la comedia de Rubena, en 1521. Otras teorías aseguran que la palabra Mermelada proviene de la frase ‘Marie est malade’ que se refiere a la reina escocesa que paseó sus reales huesos hasta Francia para luego volver a las highlands en un reinado de ida y vuelta. Al parecer, las millas de vaivén náutico causaban estragos en su sentido del equilibrio y en 1561 se acompañaba en sus viajes de preparaciones de naranja con azúcar para prevenir los mareos.

Esta historia de reinas delicadas y zampando mermelada en la cubierta de una goleta bajo el cielo del Mar del Norte se desmonta si aceptamos que el nacimiento de la mermelada moderna se lo debemos a un ilustre francés del siglo XVIII. Genio y figura que con encomiable espíritu científico y goloso se dedicó a estudiar la manera de conservar los alimentos mediante el uso de tratamientos térmicos. Nicolás Appert se llamaba el visionario. En 1795 desarrolló un método para conservar en recipientes cerrados los alimentos sometidos a fuentes intensas de calor. Era un genio pero no listo: no patentó su método y en un par de décadas murió pobre, solo y abandonado mientras otros se enriquecían con su descubrimiento. Eso sí, Napoleón le condecoró con el título de ‘Benefactor de la humanidad’.

 
 
 

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